(English intro to Spanish lang post) A story in the science section of El Mundo says that Obama won the election because he behaved as a bonobo and Romney as a chimpanzee. It might be taken as a joke, or as an original way to explain the differences between these so closely related primates. But the story pretends to be serious and ends up stating that we still behave as primates and that “few things have changed in the last 7 million years”. We mention it because it’s the second story from the same primatologist, who goes to extremes on the relationship between human and primate behaviors. We are not saying that we don’t have many things in common with our primate relatives, but the stories are full of exaggerations. That might be funny for readers, but the claims have little scientific support, and editors should pay attention to it. On another note, researchers reported disappointing results from the large clinical trial of the malaria vaccine funded by Gates Foundation. The vaccine reduced malaria in only one-third of the infants who received it. One of the leaders of this research is the Spanish Pedro Alonso, who’s been in the news explaining that they expected at least the 50-55% protection they documented in children 5-17 years old. There’s been really interesting and fair stories in the Spanish press. Finally, last week science published data suggesting that the decline of Maya civilization coincided with several droughts caused by a significant change in climate. Strangely, Mexican and Central American newspapers didn’t pay a lot of attention to the study. Maybe because, as one reporter said in the Mexican Milenio, it was already known that around 1000 AD a long period of droughts destabilized the Mayas. He says that the article in Science doesn’t present anything really new.
La sección de ciencia de El Mundo empezó una sección titulada “Yo, Mono” con un sorprendente primer artículo del divulgador en primatología Pablo Herreros “El bonobo ganó al chimpancé”, que empieza con la frase “Si Mitt Romney se hubiera comportado como un bonobo y no como un chimpancé durante la campaña a las elecciones norteamericanas, probablemente estaría haciendo la mudanza de sus objetos personales, camino de la Casa Blanca”. Más allá de lo acertado de insinuar que Romney se comportó en todo momento como un agresivo chimpancé y Obama como un empático bonobo, el símil es atractivo para explicar las diferencias entre estas dos especies tremendamente emparentadas pero con comportamientos sociales tan diferentes. Además, el texto de Pablo está repleto de ilustrativos videos e interesantes experimentos.
Pero cuidado, porque se insinúa otra pretensión en las frases de Pablo: una convicción (no evidencia científica) de que nuestro comportamiento es muy cercano al de los primates, y que entenderles a ellos nos puede llevar a comprendernos a nosotros. Algo puede haber, pero quizás mucho menos de lo que Pablo refleja. Los editores de El Mundo deberían estar alerta de hasta qué punto es ciencia lo que se expone o simples conjunciones que suenan bien, gustan a los lectores, pero no están avaladas por ninguna evidencia.
Ya nos abstuvimos de criticar el acientífico artículo de Rodrigo Terrasa “Los directivos de empresa se comportan como chimpancés”, donde el primatólogo sugería que la crisis actual se puede superar atendiendo al comportamiento de primates, y decía textualmente que "Los directivos de empresas se comportan como lo hacen los chimpancés". Retomando el hilo del primer artículo nos surge la primera pregunta: ¿Y por qué no como bonobos si estamos exactamente igual de emparentados a ellos? (bonobos y chimps se separaron evolutivamente después de que antes ya se hubiera separado el ancestro que dio lugar a los homínidos). De hecho esta es una de las críticas más contundentes a la etología comparada extrema: si asumimos que chimps y bonobos son tan cercanos, y su comportamiento es tan diferente, ¿cómo vamos a asociarlo tan drásticamente con el ser humano, cuyo cerebro ha evolucionado de manera tan diferente, y cuyo comportamiento adulto está además tremendamente influenciado por el aprendizaje y la cultura? Podemos equiparar el portazo de un líder a un signo de agresividad en chimpancés, pero más allá de reacciones viscerales que despiertan un falaz “ah, claro!” entre los lectores, las estrategias y razonamientos sofisticados que utiliza un director de empresa –o nosotros en nuestra vida cotidiana- poco tienen que ver con nuestro pasado primate. De hecho los etólogos hacen la trampa de compararnos a bonobos o a chimpancés cuando les conviene, simplemente cuando encaja. Claro que el tema vende bien para impartir conferencias sobre liderazgo a ejecutivos, pero si se lee el texto de Rodrigo con mirada crítica se observa que está plagado de vagas extrapolaciones como que somos “tan egoístas y colaborativos como los primates”, o que unos pajaritos nos pueden dar lecciones de innovación. Bonitas asociaciones, pero rebuscado y desde luego poco científico. Un artículo así en la sección de ciencia (otra no) del NYT o importante periódico estadounidense hubiera sido harto criticado. Claro que somos primates, al igual que mamíferos, vertebrados, y animales. Pero el grado extremo de cercanía que sugiere Pablo entre primates y humanos adultos integrados en la sociedad actual es más ideología biensonante que ciencia.
Como demuestra Pablo en los ejemplos de su primer artículo en la sección “Yo, mono” , la primatología es interesantísima para entender el comportamiento de los primates y para conocer parte de nuestro pasado evolutivo. Pero no es riguroso ir tan lejos. Escribir “han pasado ya siete millones de años desde que nos separamos del ancestro común de chimpancés, bonobos y humanos. Parece que algunas cosas no han cambiado desde entonces”, suena bien. Pero sólo es cierto –y muy en parte- a nivel genético, no en cuanto a desarrollo cerebral, ni respecto a aprendizaje y plasticidad neuronal, ni desde luego influencia cultural. En el artículo “'Yo, mono': el simio que llevamos dentro”, Pablo Jáuregui presenta la sección y se pregunta “¿Cómo podemos explicar el comportamiento de ese insólito mono pensante que llamamos 'Homo sapiens'?”. Sin duda contemplar nuestro pasado evolutivo es parte de la ecuación, con primates y todavía más en homínidos, pero hay maneras más directas y científicas de hacerlo. Las conjeturas de la psicología evolucionista a veces rallan la pseudociencia.
Avancemos hacia una temática importante: los resultados poco satisfactorios de la vacuna contra la malaria de Pedro Alonso. Lo podemos leer en la muy buena nota de Ángeles López “Mala noticia para la vacuna contra la malaria” en El Mundo, o en la de Emilio de Benito “Esperábamos un resultado mejor en recién nacidos” en El País, o en ABC por Nuria Ramírez de Castro “No esperemos a medio plazo una bala mágica contra la malaria”. Muy buena dosis de realismo y honestidad en este gran investigador, que tras unos resultados muy esperanzadores publicados en ensayos anteriores con niños de 5-17 años, en los últimos datos en bebés de 1 a 3 meses la protección no superaba el 30%. El propio Alonso reconoce que “Hace dos meses hubiera apostado por que se lograría una protección del 50-55 por ciento”, asume que deberán estudiar major qué ha fallado, pero continua mostrándose optimista: “un 30% parece poco, pero evitaría más de 330.000 muertes al año”.
Otra noticia a comentar es el estudio publicado en Science que relaciona la desaparición de la civilización maya con una serie de sequías debidas a un cambio climático entre los años 1000 – 1100. Los investigadores estadounidenses han medido abundancia de lluvias en estalagmitas de cuevas de Belice, y concluido que épocas de grandes lluvias coincidían con períodos de esplendor mientras que las sequías coincidieron con el declive. Eso pudo fracturar la sociedad y conllevar su desaparición. Leemos buenas notas en El Mercurio por Lorena Guzmán “Comprueban que el cambio climático fue el culpable del declive de la civilización maya” (con declaraciones en exclusiva del autor del estudio), en El Mundo por Teresa Guerrero “El cambio climático contribuyó al colapso del Imperio Maya” (buen grado de detalle) o Daniel Mediavilla “Los mayas sí dejaron escrito su fin del mundo” en Materia. Pero curiosamente no hemos encontrado notas relevantes en medios mexicanos o centroamericanos, cuando pensábamos que la información podría ser valorada por arqueólogos locales. En El Universal leemos “Cambio climático destruyó a los mayas”, una noticia muy escueta sin opiniones de expertos mexicanos. Quizás es por lo que dice Luis González de Alba en “Otra vez, el colapso Maya” (Milenio): antes de este estudio de Science ya se sabía que los Mayas habían sufrido severas sequías. Se demostró en investigaciones anteriores, e incluso Jared Diamond lo citaba en su gran libro “Collapse”. Según eso el artículo de Science da nuevos datos, pero no ofrece ninguna noticia nueva; si acaso una confirmación.
– Pere Estupinyà
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